worldcantwait.org
ESPAÑOL

Español
English-LA
National World Can't Wait

Pancartas, volantes

Temas

Se alzan las voces

Noticias e infamias

De los organizadores

Sobre nosotros

Declaración
de
misión

21 de agosto de 2015

El Mundo no Puede Esperar moviliza a las personas que viven en Estados Unidos a repudiar y parar la guerra contra el mundo y también la represión y la tortura llevadas a cabo por el gobierno estadounidense. Actuamos, sin importar el partido político que esté en el poder, para denunciar los crímenes de nuestro gobierno, sean los crímenes de guerra o la sistemática encarcelación en masas, y para anteponer la humanidad y el planeta.




Del directora nacional de El Mundo No Puede Esperar

Debra Sweet


Invitación a traducir al español
(Nuevo)
03-15-11

"¿Por qué hacer una donación a El Mundo No Puede Esperar?"

"Lo que la gente esta diciendo sobre El Mundo No Puede Esperar


Gira:
¡NO SOMOS TUS SOLDADOS!


Leer más....


La historia de Abdullah Mujahid, jefe de policía afgano traicionado por la administración estadounidense y enviada injustamente a Guantánamo.

14 de agosto de 2007
Andy Worthington

En un excelente artículo para el Boston Globe, Farah Stockman, que visitó la agitada ciudad afgana de Gardez a principios de este año, informa sobre el inquietante caso de Abdullah Mujahid, ex jefe de policía de la ciudad, que actualmente languidece en una celda de Guantánamo, tras haber sido enviado allí en julio de 2003.

Miembro de la minoría étnica tayika de la ciudad, Mujahid -con el apoyo de la Alianza del Norte, dominada por los tayikos, y del nuevo gobierno del presidente Hamid Karzai- había ocupado el vacío dejado por los talibanes derrotados en Gardez en 2002, y había asumido el control de la seguridad de la ciudad. En los primeros días, sin financiación alguna del gobierno central, Mujahid, y su amigo de la infancia Ziauddin, que se hizo cargo del ejército, improvisaron una fuerza de seguridad, utilizando "voluntarios sin formación para patrullar con sus armas personales". Aunque hubo quejas - Stockman informa de que "los ciudadanos de Gardez les acusaron de dejar que sus combatientes robaran a los conductores en los puestos de control, según entrevistas con funcionarios de la ONU, Estados Unidos y Afganistán y un informe de Human Rights Watch" - muchos en la ciudad estaban contentos con los nuevos acuerdos. Tal y como lo describe Stockman, muchos de los habitantes "apoyaban a los dos hombres, que estaban enzarzados en una guerra tribal contra Pacha Khan Zadran, un señor de la guerra del sur", y explica que, a lo largo de 2002, "el ejército estadounidense describió a las fuerzas de Mujahid y Ziauddin como progubernamentales en los informes de los medios de comunicación, y calificó a Zadran de renegado".


Haji Muhammad Hasan, padre de Abdullah Mujahid, sostiene una foto de su hijo. Fotografía de Declan Walsh para acompañar un artículo que escribió para The Guardian en junio de 2006, en el que localizaba a testigos con los que los estadounidenses decían no haber podido contactar, que respaldaban la versión de Mujahid de que no debería haber sido detenido y enviado a Guantánamo.

Tal era el apoyo que Mujahid y Ziauddin recibían del pequeño grupo de fuerzas especiales estadounidenses responsables de supervisar la seguridad en la provincia, que en la primavera de 2002, cuando los estadounidenses estaban inmersos en la "Operación Anaconda", una misión para expulsar a los restos de Al Qaeda y los talibanes de las cercanas montañas de Shah-i-Kot, Mujahid y Ziauddin fueron reclutados para ayudar. En una entrevista con Stockman, Ziauddin explicó que el comandante de las Fuerzas Especiales (un hombre llamado Mike) le dio "dinero y un teléfono por satélite", así como "zapatos, uniformes y material de acampada para unos 320 combatientes", y que más tarde, cuando el padre de Mujahid regresó de una visita religiosa a Arabia Saudí, el comandante "llevó bombones a la casa de la familia y recibió a cambio perfume".

En 2003, sin embargo, Stockman informa de que la estrella de Mujahid estaba menguando y que "el ejército estadounidense estaba intentando sustituir a los problemáticos hombres fuertes por líderes educados y modernos". También informa de que el gobierno estadounidense estaba "intentando establecer el primer 'Equipo de Reconstrucción Provincial' en Gardez para trabajar con el gobierno afgano, con la esperanza de ganarse la confianza de los ciudadanos echando a los líderes corruptos y convirtiendo Gardez en un modelo de buen gobierno, según entrevistas con funcionarios estadounidenses que trabajaron en Gardez."

Bajo estos nuevos acuerdos, hombres como Abdullah Mujahid se convirtieron en desechables. Stockman informa de que el nuevo comandante de las Fuerzas Especiales (otro hombre llamado Mike) trabajó con él durante un tiempo, y que otro detenido de Guantánamo, el Dr. Hafizullah Shabat Khail, que al parecer era enemigo personal de Mujahid, fue capturado por Mujahid en esa época y entregado a los operativos de las Fuerzas Especiales, que lo enviaron a Guantánamo. Entre bastidores, sin embargo, Stockman informa de que el comandante Mike estaba "trabajando discretamente para desterrar a Mujahid y Ziauddin de Gardez, según antiguos y actuales funcionarios afganos y de la ONU que se reunían con él frecuentemente en reuniones de coordinación de la seguridad."

Tal y como lo describe Stockman, un punto de inflexión clave en la suerte de Mujahid se produjo a principios de 2003, cuando él y Ziauddin se enfrentaron con el general Dan K. McNeill -actual jefe de la OTAN en Afganistán- que había viajado a Gardez "para pedirles que retiraran a sus combatientes de dos colinas estratégicas que dominaban la ciudad", argumentando los afganos, sin duda con cierta justificación, que eso permitiría a sus enemigos -concretamente Pacha Khan Zadran y Al Qaeda- "entrar por las colinas". Stockman informa de que "las fuerzas estadounidenses acabaron bombardeando los alijos de armas de Ziauddin en las colinas, pero no le detuvieron hasta muchos meses después" -enviándole a Bagram durante un año, pero liberándole después sin cargos- y añade: "Con el tiempo, Las fuerzas estadounidenses llegaron a sospechar que Ziauddin y Mujahid lanzaban cohetes contra la nueva base del Equipo de Reconstrucción Provincial de Estados Unidos, según las entrevistas con soldados estadounidenses y funcionarios afganos que sirvieron en Gardez en aquella época", aunque no hay pruebas de que esas sospechas estuvieran justificadas.

Las relaciones se deterioraron aún más en marzo, después de que las Fuerzas Especiales estadounidenses mataran a Jamil Nasser, un prisionero afgano bajo su custodia (y miembro del nuevo ejército afgano) e insistieran en transferir a sus siete compañeros supervivientes, todos ellos torturados y golpeados de forma horrenda, a la custodia de Mujahid. Según el Proyecto Crímenes de Guerra, un grupo de derechos humanos de Washington que investigó los abusos, el comandante de las Fuerzas Especiales estadounidenses "amenazó con matar a Mujahid si liberaba a los prisioneros", y puede que fueran las acciones posteriores de Mujahid las que convencieran a los estadounidenses no sólo de destituirlo, sino de hacerlo enviándolo a Guantánamo. Stockman informa de que Mujahid "ordenó que [los hombres heridos] recibieran tratamiento médico y colchones", y luego "describió las lesiones de los prisioneros a los fiscales militares afganos, que más tarde redactaron un informe recomendando que se castigara a los soldados estadounidenses".

Según Stockman, fue poco después de este incidente cuando el gobierno afgano decidió destituir a Mujahid de su cargo. Raz Mohammad Dalili, gobernador en aquel momento, explicó en una entrevista reciente que el comandante de las Fuerzas Especiales "ayudó a persuadirle -y a convencer al gobierno central de Afganistán- para que sustituyera a Mujahid por un jefe de policía con formación profesional". Stockman informa de que Mujahid inicialmente "se negó a permitir que el nuevo jefe entrara en la ciudad', pero que accedió a dimitir después de que se le ofreciera un trabajo como "comandante de carreteras" en Kabul. Durante este periodo, según su antiguo chófer, un hombre llamado Ahmad, el comandante de las Fuerzas Especiales "llamó a Mujahid a su despacho y le aconsejó que abandonara Gardez, advirtiéndole de que corría el riesgo de ser enviado a Guantánamo si se quedaba", y cuando regresó para asistir a una boda en julio fue debidamente detenido -y enviado a Guantánamo como se le había prometido.

Stockman habló con el antiguo adjunto de Mujahid, Fazel Ahmad Wasiq, que en la actualidad "dirige el centro de formación policial de Gardez asistido por Estados Unidos". Waziq dijo que era "algo bueno para la ciudad tener un nuevo jefe de policía", pero insistió en que Mujahid "no merecía ser enviado a Guantánamo". Explicó que, tras su detención, visitó al comandante de las Fuerzas Especiales para pedir explicaciones, pero le dijeron: "Nos lo ordenaron los superiores".


Pie de foto del Boston Globe: Gardez, la capital provincial que fue hogar de Abdullah Mujahid, ha crecido desde su marcha. Hace poco, los compradores de un mercado bullían de actividad, pero los residentes afirman que la insurgencia hace estragos en el fondo. (Foto de Jean Chung).

Mujahid no fue el único aliado de EE.UU. capturado en esa época sobre la base de información falsa. Relato las historias de varios hombres más en The Guantánamo Files, pero agradezco a Farah Stockman que también haya puesto de relieve lo que le ocurrió a Ahmad, el chófer de Mujahid, quien afirmó que los estadounidenses "lo desnudaron y en un momento dado lo mantuvieron boca abajo durante más de 10 horas durante el interrogatorio". Ahmad también relató que le preguntaron si Mujahid había "acumulado armas en secreto mientras era jefe de policía", y añadió: "Respondí que había entregado todas las armas y no había guardado ni una bala". También fue detenido Syed Nabi Siddiqui, coronel de policía que "había servido a las órdenes de Mujahid y se había quedado para trabajar con el nuevo jefe". Siddiqui declaró que los soldados estadounidenses "lo golpearon, lo fotografiaron desnudo y lo mantuvieron en una jaula mientras lo interrogaban", y añadió: "Las fuerzas estadounidenses preguntaron: '¿Quién es Mujahid? ¿Es un delincuente? ¿Mató a alguien?' Les respondí que Mujahid impide que los ladrones entren en la ciudad".

Tanto Ahmad como Siddiqui fueron pronto "liberados de la custodia estadounidense con un papel que decía que se había determinado que no constituían una amenaza", pero la cosa cambió para Mujahid, que se ha enfrentado a una serie de acusaciones infundadas en los cuatro años transcurridos desde su captura. Una de las primeras -que había sido miembro de Harakat-e-Mulavi, un grupo afgano que luchó contra la invasión rusa en la década de 1980 [y] que ahora se cree que tiene vínculos con extremistas"- vino de Siddiqui, que la contó -como un trozo de historia antigua- a los estadounidenses que lo habían capturado. Cuando esta acusación se desmoronó, la administración estadounidense decidió que era un alto dirigente de Lashkar-e-Tayyiba, un grupo militante paquistaní que opera principalmente en Cachemira. "Parece que me han confundido con otra persona", dijo Mujahid durante su Junta Administrativa de Revisión anual en Guantánamo en 2005. Sus abogados investigaron debidamente la acusación, buscaron en Google el nombre de su cliente y descubrieron que un hombre llamado Abdullah Mujahid había sido, en efecto, un alto dirigente de Lashkar-e-Tayyiba, pero había sido asesinado en noviembre de 2006.

Antes de que pudieran objetar, se comunicó a sus abogados que Mujahid había sido autorizado para salir de Guantánamo, pero aún no ha sido liberado. Quienes conocen su historia -incluso aquellos a quienes no les caía bien- siguen sorprendidos por el hecho de que fuera enviado a Guantánamo. Thomas Ruttig, ex jefe de la oficina de la ONU en Gardez, declaró que había "instado al gobierno afgano a que destituyera a Mujahid de su cargo porque se le consideraba una figura inculta, perturbadora y corrupta", pero añadió que esperaba que "fuera despedido o juzgado por corrupción en Afganistán, no retenido indefinidamente en Cuba sin juicio". "Nunca soñé que lo enviarían a Guantánamo", dijo Ruttig en una entrevista reciente en Kabul. John Sifton, investigador de Human Rights Watch, que ayudó a redactar un informe en 2003 que "acusaba a Mujahid y a su círculo íntimo de permitir que sus combatientes establecieran puestos de control ilegales para sacar dinero a los camioneros", dijo también que Mujahid no debería haber sido enviado a Guantánamo. "Guantánamo no es ni vagamente el lugar apropiado para él", dijo, añadiendo, como dijo Stockman, que "la administración no debería utilizar su poder de retener a terroristas acusados en Guantánamo para resolver problemas políticos o criminales en Afganistán".

Es un argumento válido e inquietante. Como señala Stockman, "la caída de Mujahid ... revela hasta qué punto el ejército está utilizando el centro de detención de Guantánamo para un propósito totalmente distinto del esbozado por el Presidente Bush: mantener entre rejas a los peores sospechosos de terrorismo." Añade que el uso de Guantánamo para encarcelar a "jefes tribales poco cooperativos o revoltosos, muchos de los cuales habían sido partidarios clave de la invasión liderada por EE.UU. ... podría tener importancia jurídica, porque Bush ha intentado justificar la creación de un lugar donde los detenidos pueden ser recluidos sin las protecciones legales normales alegando que los prisioneros son combatientes enemigos que podrían lanzar un ataque terrorista si son puestos en libertad."

También señala que Mujahid es sólo uno de al menos una docena de detenidos de Guantánamo, que eran funcionarios del gobierno posterior a los talibanes, y que fueron "detenidos en sus casas u oficinas durante una campaña más amplia de Estados Unidos para frenar a los señores de la guerra." De hecho, hablé con Farah Stockman antes de que se publicara este artículo, sobre mis investigaciones acerca de los ex funcionarios del gobierno que acabaron en Guantánamo, de las que se habla con detalle en The Guantánamo Files, y puedo confirmar que "al menos una docena" es probablemente quedarse corto, y que las cifras se elevan probablemente hasta dos docenas. Y aunque Stockman tiene sin duda razón al centrarse en la escandalosa desechabilidad de estos hombres, ya que la administración estadounidense trató de reconfigurar la política afgana -y también tiene razón al arremeter contra la administración por el mal uso de Guantánamo como prisión para jefes tribales en lugar de terroristas-, sigue siendo evidente para mí que muchos de los afganos encarcelados injustamente -no sólo los trabajadores del gobierno, sino la mayoría de los afganos retenidos en Guantánamo- fueron enviados allí no por ninguna gran agenda, sino simplemente porque la administración fue incapaz de identificar quién era un enemigo y quién un amigo, y con frecuencia recurrió a pedir consejo a dudosos aliados, con sus propias enemistades de larga data, que contaban mentiras sobre sus rivales con impunidad, seguros de que los estadounidenses no investigarían ninguna de sus acusaciones.

Este es realmente un buen artículo, pero sólo empieza a arañar la superficie del enfoque criminalmente negligente de la "inteligencia" que dio lugar al envío de 218 detenidos afganos a Guantánamo, 61 de los cuales -incluidos Abdullah Mujahid y el Dr. Haifizullah Shabaz Khail- siguen allí, sin cargos ni juicio, después de más de cuatro años.


 

¡Hazte voluntario para traducir al español otros artículos como este! manda un correo electrónico a espagnol@worldcantwait.net y escribe "voluntario para traducción" en la línea de memo.

 

¡El mundo no puede esperar!

E-mail: espagnol@worldcantwait.net